El salvaje Oeste llegó a tierras asiáticas. Corea del Sur y
Japón organizaron el Mundial de 2002, y a la final del mismo llegaron los
dos pistoleros mundialistas más importantes y respetadas: Alemania y Brasil,
las dos selecciones con más presencias en una final. Cuatro títulos de los
sudamericanos por tres de los europeos, y liderando a sus respectivas
naciones aparecían el mejor delantero del Campeonato, Ronaldo, frente al
mejor portero -y mejor jugador del torneo nombrado tras una elección hecha
pública antes de la final...-, Oliver Kahn. El
primero llegaba al Mundial con dos claros objetivos. El primero, demostrar
que sus dos graves lesiones habían quedado olvidadas, y el segundo, sacarse
la espina de los dos Torneos a los que había acudido, pero donde no había
podido brillar de la manera que él hubiera deseado.
El brasileño resucitaría ya en el primer encuentro. Pese a
llegar a un 70% de su nivel, un par de carreras, infundir miedo en las zagas
rivales y marcar el primer gol de los verdeamarelhos, es todo uno.
El germano aparece liderando a los suyos: "Vosotros sólo
pensar en el ataque, que de la parte de atrás ya me ocupo yo", parece
decirles: en seis partidos sólo encaja un gol, obra de Robbie Keane. Sus
compañeros le hacen caso. En su primer encuentro hunde a Arabia Saudí (8-0)
a base de... cabezazos. Hasta cinco tantos marca así.
Las dos selecciones superan obstáculos. Ronaldo va
cumpliendo escrupulosamente la promesa que había hecho: marcar en todos los
partidos de la competición...
El duelo llega. Pese a que Kahn parece más resolutivo en
la primera parte -salva unas cuantas ocasiones rivales-, Ronaldo se lleva la
recompensa. Tras no debutar en EE UU 94, y caer en la final en Francia 98,
marca los dos goles -el segundo en la imagen- de su selección. No es la más
brillante. Es la más eficaz en los últimos metros gracias a él. |