Brasil adornó a base de gotas demasiado dosificadas de samba una victoria que
le pone en octavos de final. Luis Fabiano puso tierra de por medio con dos goles,
el segundo tras acomodarse el balón con el brazo, y Elano sentenció. El resto
del partido, pese al gol postrero de Drogba y la expulsión de Kaká, fue
absolutamente opaco: Brasil eficiente y reservona al gusto de su entrenador y
Costa de Marfil artrítica en el centro del campo y demasiado encorsetada,
encogida incluso con el partido en contra. Demasiado poco para inquietar a un
equipo poco atractivo pero absolutamente rocoso. Mínima alegría, máxima eficacia.
Su rictus y hasta su peinado tienen un aire castrense. Vive y entrena como
jugaba. Sin regalar ni una sonrisa, en brazos del rigor táctico. Así es
Dunga y así es su plan, una visión del fútbol presagiada por su definición
del acrobático Brasil de España'82: "un especialista en perder". Brasil ha
cambiado la magia por la eficiencia, la samba por el andamio. Con eso y un
puñado de manías sui generis, Dunga ha armado un equipo que es realidad una
división blindada.
Y con eso y con su país reformulando sus propias señas de identidad, ha
ganado todo lo que ha jugado hasta hoy: una Copa de América y una Copa
Confederaciones. Y con eso se ha presentado en un Mundial que parece
diseñado para este Brasi del mismo modo que Brasil parece hecho a la medida
de este campeonato: rocoso, físico, ordenado, experto, colectivista y seguro.
Y con unos anegados artistas que convierten en oro lo poco que gestionan
cerca del área rival. Ante Costa de Marfil se permitió tres alegrías y marcó
tres goles con el grupo de la muerte sometido a su puño de hierro y la proa
lanzada hacia octavos de final.
Brasil repitió equipo y dibujo con respecto al triunfo funcionarial sobre
Corea del Norte. Brasil volvió a jugar con el sistema nervioso de su rival,
a asegurar a fuego y hormigón su defensa y colapsar el centro del campo. A
no regalar balones y adormecer el ritmo en su zona de creación. El blindaje
articulado entre la zona de Lucio y Juan y la de Gilberto Silva y Felipe
Melo es la columna vertebral de un equipo acorazado que dosifica la
apariciones en el área rival y las limita a andanadas demoledoras por
calidad y eficacia. Así gobernó Brasil a una Costa de Marfil encorsetada por
Eriksson y acomplejada, sin demasiado espíritu y, esto sorprende más, justo
de piernas. El equipo africano calcó la propuesta rival en términos de
respeto y blindaje. Pero no tuvo impulso ofensivo ni la absoluta pulcritud
de un rival más concentrado, más experto y más seguro de sus fuerzas. Un
rival que gana un porcentaje no precisamente pequeño de cada partido por el
peso de una camiseta pentacampeona.
Luis Fabiano se rebela contra el tedio
Hasta un tramo final más suelto pero ya de fogueo, el partido se jugó en
clave baja, al gusto de un Brasil muy cómodo que tocó y tocó hacia atrás sin
complejos y que sólo se estiró para morder en la yugular de unos elefantes
artríticos en el centro del campo, sin circulación ni creación. Sin noticias
de Kalou o Touré y con Gervinho en el banquillo. El partido cambió gracias a
una jugada alienígena, a una aparición furtiva de samba en la zona de tres
cuartos brasileña. Luis Fabiano y Robinho combinaron con Kaká, que encontró
el único hueco posible, un desfiladero entre piernas por el que filtró el
pase al delantero del Sevilla, que definió con un gran remate a la escuadra.
Unas gotas del Brasil de siempre para apuntalar al Brasil de ahora. Y el
resto orden, destrucción, presión y concentración. El plan de Dunga en su
máxima expresión.
La segunda parte resultó entre unas cosas y otras más entretenida, más por
inercia que por voluntad de una Brasil impasible y de una Costa de Marfil
sin ninguna capacidad de rebelión contra una dura realidad que pone en
peligro de extinción a unos elefantes obligados a vivir desde ahora con un
ojo puesto en Portugal. Entre una maraña de sensaciones huecas y sin
síntomas de cambio, Luis Fabiano apareció otra vez para marcar un gol de
apariencia extraordinaria y realidad mentirosa. Peleó el balón, sorteó
defensas a base de sombreros y remató seco y ajustado. Pero lo hizo tras
usar el brazo para llevarse el balón primero y para acomodárselo en su
pierna de remate después.
El gol desnudó definitivamente a Costa de Marfil. Gervinho entró tarde y
Drogba vivió desasistido. En pleno desconcierto de un equipo al que Eriksson
tampoco ofrecía respuestas, Kaká volvió a aparecer para servir el tercero en
bandeja a Elano. Con cuentagotas otra vez, el del Real Madrid apareció en
pinceladas determinantes. Así le gusta a Dunga, así marcha Brasil de
victoria en victoria. A partir de ahí el partido se jugó en un irreal cambio
de golpes entre un equipo algo más relajado que paladeaba el sabor del
trabajo bien hecho y otro que se estiró con más obligación que devoción. Más
para rellenar el guión que a golpe de verdadera fe. No la tuvo con el empate
a cero y no podía tenerla con el 3-0. Drogba marcó de cabeza demasiado tarde,
ya en una recta final en la que se endureció el juego y en el que un par de
marfileños pudieron irse del campo y al final sólo hubo roja, absolutamente
exagerada, para Kaká.
Obstinado por condición natural, Dunga tiene en los resultados una coartada
perfecta para expandir su plan estajanovista en un país que se da cuenta de
que a golpe de victorias la samba se añora un poquito menos. De dudosa
estética, la propuesta brasileña es de una fiabilidad portentosa. Más que
suficiente para mirar ya a los octavos de final y para erigirse como uno de
los enemigos más formidables de este Mundial que busca referentes y que
tiene uno claro. Aunque sea a ritmo de fútbol industrial y con la magia
dosificada hasta la racanería.