Fueron diez minutos intensos y delatadores de una realidad
incuestionable: Kaká quiere fichar por el Madrid sí o sí. El chico se
equivocó (¿o forzó el sorprendente encuentro?) y terminó mezclado con
los directivos del Madrid. Premonitorio. No se sintió incómodo, no paró
de bromear con Riquelme, Medina y Hurtado y sólo le faltó pedir un
precontrato para firmar en blanco. Lógico. Kaká se siente halagado por
el interés apasionado de su encopetado rival, dispuesto a pagar por él
el mayor traspaso de la historia del fútbol: ¡100 millones!
Pero el crack del Milán tiene un problema. A diferencia de rebeldes con
un par como Zidane, Ronaldo o Beckham, Kaká no se atreve a decirle a
Berlusconi que necesita ver cumplido su sueño de jugar en el Bernabéu.
Tampoco amaga con una rueda de prensa en la que rompa la baraja. Se
limita a dejar que su padre y su agente le digan a Calderón y a
Mijatovic que él cuenta los días para verse por fin defendiendo la
camiseta blanca. Pero no basta con eso. Kaká no fichará por el Madrid
sin bajarse del autobús...