Llueva o truene, y todavía mejor si es así,
el Madrid continúa solventando los partidos con su particular estilo,
eficaz, sin florituras, sin que podamos ni criticar mucho ni gozar
demasiado. Hay maridos iguales. ¿Te quieren? Sí. ¿Te lo dicen? Poco. ¿Flores?
Las del campo. ¿Cumplen? Con rigor. Pues eso.
El encuentro de ayer fue otra exhibición de contundencia, de rigor sin
flores. Se echó en falta, como en otras ocasiones, el hilo que debería
unir los goles, el verso, la conversación. Las palabras. Tal vez lo que
distingue a un italiano de un español y lo que provoca que ellos tengan
muescas en el revólver y nosotros cintas en la capa. Hablo de fútbol. Y
de Benidorm.
Y eso que esta vez el guión dio la impresión de ser distinto, ya que en
los primeros 20 minutos hubo cierta continuidad en el discurso, lo que
se recibió con un incontenible entusiasmo porque estamos hartos de
contenernos y ansiosos por entusiasmarnos.
Sin embargo, antes o después se confirma que el Madrid no tiene rubor
alguno en entregar la pelota al contrario. Y a eso cuesta acostumbrarse,
especialmente cuando te han enseñado, desde niño, que el balón no se
regala a menos que te secuestren a un pariente cercano. Es difícil
aceptar (y más contra el Racing, y más en el Bernabéu) que el repliegue
favorece la protección y propicia el contragolpe. Aunque fuera cierto.
Sí, se hace complicado transigir, aunque también hay que reconocer que
el equipo ha desarrollado una insospechada habilidad para salir a la
contra, hasta convertirla en su mejor arma. No es resistencia a los
cambios. Es tiempo para asumirlos. La maldita desconfianza.
El encuentro, por cierto, comenzó con el rendido homenaje a un clásico,
Puskas, que se marchó para quedarse siempre. De minuto tan emotivo hay
que destacar cómo fue vivido por los jugadores del Madrid, que se
abrazaron mirando a uno de los marcadores, donde se proyectaron imágenes
del mito. Impecable. Los héroes son faros.
Seguramente imbuido por ese espíritu legendario, el Madrid apenas tardó
en abrir el marcador. A los cuatro minutos, Reyes sacó un córner con
finura y Sergio Ramos lo remató con el implacable instinto de los
grandes cabeceadores, que son seres que no temen golpear su cráneo con
objetos volantes. En este caso Garay y Rubén ayudaron a la composición
de la escena, ya que asistieron al salto enemigo como figurantes.
Ramos, que desde su llegada ha añadido al equipo un recurso inexplorado,
lo celebró dando una voltereta en el aire, pirueta que pone los pelos de
punta a médicos, preparadores físicos y todos los que le apreciamos. Lo
mejor fue que tras la acrobacia señaló al cielo, palco de estrellas.
El Racing no se inmutó demasiado. Sucede con los puñetazos mañaneros que
uno no sabe si se trata de un accidente o si el resto del día será igual.
Quizá por eso, se dedicó a leer su parte como si nada hubiera ocurrido.
Balón por el suelo, con cierto gusto, hasta que alguien divise la cabeza
de Zigic. El primer avistamiento llegó en el minuto siete: el remate fue
flojo y Casillas detuvo sin problemas. A Iker le vino bien calentar.
A los trece minutos el árbitro anuló a Raúl un gol que había sido
sencillamente precioso. Helguera trazó en largo, el capitán pinchó la
pelota y acto seguido culminó con una vaselina perfecta. No pareció
fuera de juego, aunque se necesitaría regla. Esos fueron los mejores
instantes del Madrid, jaleado por las subidas de Sergio Ramos.
Pero poco a poco, el control pasó al Racing. Una jugada indicó el cambio
de tercio: Zigic cabeceó un córner y el balón salió repelido tras
impactar con algo duro, compacto, consistente y hasta pétreo. Está por
ver si fue el poste, la cabeza de Roberto Carlos o algún hueso de su
poderosa anatomía, quizá el brazo. Zigic reclamó con furia y las
repeticiones no aclararon nada.
Entonces comenzó el recital de Casillas. Se estrenó con un disparo duro
y seco de Serrano, que completó así una jugada ensayada. Siguió un
zapatazo del joven central argentino Garay, al que sólo le falta
defender mejor (pequeño gran detalle). El misil fue desviado por Iker
cuando el lanzador ya celebraba el gol. Para finalizar la primera mitad,
el portero se lució ante el chut de Zigic, que tiene más cosas que
centímetros. Y todos esos méritos frente a un rival que, pese a apostar
por el fútbol, era esencialmente tímido e inocente, mucho mejor de
parado que en movimiento.
Condena. En la segunda mitad, el Madrid no tardó en solventar la
cuestión. Fue en un estupendo contragolpe, rapidísimo en el despliegue y
generoso en los voluntarios. Después de una triangulación en la que
participaron Diarra y Emerson, el balón llegó a Reyes, que venía a la
carrera. Su gesto fue sutil: miró al compañero que se incorporaba el
remate, como si fuera a asistirle, y disparó con el interior de la zurda
al palo contrario, el que debería ser propiedad del portero. Toño se
tragó el cuento entero y ni siquiera se lanzó al suelo. Más que de
afligido puso cara de engañado. Hasta ese instante, el Madrid había
disfrutado de tres ocasiones y el Racing, de cinco.
Con el partido encarrilado, Robinho sustituyó a Reyes, que todavía está
lejos de lo gran futbolista que es. El cambio fue una buena noticia, ya
que Robinho en el banquillo es como un huérfano en la inclusa. Da una
pena terrible.
El Racing se desmoronó y los cambios no le reactivaron en absoluto.
Munitis, hiperactivo pero sin mucho acierto, y el gigante Zigic, peleón
desasistido, siguieron porfiando, aunque sin conexión con el resto del
equipo.
Y ese mínimo aliento desapareció cuando el Madrid logró el tercero. Otra
buena combinación en la frontal descubrió a Raúl en la banda derecha (su
exilio) y el capitán centró con fuerza e intención. A Diarra le costó
dos remates, pero acabó marcando gol. Aunque quiso celebrarlo a solas,
Van Nistelrooy lo derribó a mitad de camino, con un placaje formidable.
Hay piña, fruto del pino muy apreciado por los entrenadores del orbe.
El muchacho Garay salvó el honor de los suyos con un soberbio golazo de
falta, que entró por la escuadra como un obús y que fue propulsado con
el interior de su pie derecho (que lo asegure).
Con Cannavaro sustituido para que recibiera la ovación del público por
su Balón de Oro y con el canterano Nieto calentando para salir, a Guti
se le cruzaron los cables a tres minutos del final: golpeó a Vitolo
delante del árbitro y del mundo y se fue a la calle. El cerebro del
Madrid lo perdió de pronto y su equipo se quedó sin uno para Valencia.
El temor era este. |