Estos no son partidos, son quebrados, riñas,
combates, guerras púnicas, tumultos, trifulcas, tiroteos de saloon. Aquí
no hay tregua, ni palmaditas, ni nadie se cambia la camiseta en el
descanso, ni Roberto Carlos se ríe. Esto es más duro que masticar el
hueso de una aceituna, es fútbol despojado de cualquier galantería, un
ajuste de cuentas con un balón de por medio. Una variedad primitiva del
juego, pero no exenta de cierta belleza porque asegura la implicación
absoluta de quienes participan, tanta, que, a diferencia de lo que
ocurre en la inmensa mayoría de las ocasiones, el espectador no desea
estar sobre el césped, pues en estos casos no se imagina rematando de
chilena sino embestido por un tren expreso. Así son los Osasuna-Real
Madrid y así, exactamente, fue el de ayer.
Quien sale vencedor de una pelea semejante merece el máximo
reconocimiento y eso es lo que se lleva el Madrid. El mensaje es claro:
podemos estar mal y lo estamos, pero no nos intimida nadie. Queda
orgullo, honor. Y eso es una magnífica noticia, porque no se pide otra
cosa a quien fue abandonado primero por los directores deportivos, luego
por la inspiración y al final por los presidentes. Se reclama pasión, la
misma de quien no cena si hay derrota. Ayer la hubo, salió el viejo
Madrid, el equipo que lleva el odio ajeno al extremo del amor
inconfesable, mucho Madrid, ni un reproche que hacer. Por eso hay que
lamentar que cuando finalizó el encuentro Milosevic y el presidente de
Osasuna buscaran enemigos que ya eran fantasmas.
Si Osasuna no empató el choque (vencer no estuvo a su alcance, seamos
sinceros) fue simplemente porque falló un penalti, la oportunidad que le
había ofrecido el destino (y el ardor de Pablo García) para igualar la
contienda. Exactamente la misma ocasión que había tenido el Madrid de
adelantarse en el marcador. Un penalti, un duelo cara a cara, sin
distorsiones ni esbirros. La última explicación de la victoria es que
Baptista marcó y Casillas despejó el disparo de Puñal.
Entiendo que decidir una guerra por un penalti deja una sensación amarga
en quien pierde la batalla, como si una multa pudiera llevar a prisión a
Robin Hood. Pero en el fondo dice mucho de la igualdad, de la entrega,
del equilibrio, del pundonor.
Porque hubo para todos. El Madrid dominó el primer cuarto de hora, lo
que era fabuloso, como domar un tigre en quince minutos, porque con esa
bravura saltó al campo Osasuna, jaleado por una afición que se encargó
de recordar todas las cuentas pendientes, por si a alguien se le
olvidaban. Roberto Carlos era abucheado cada vez que tocaba la pelota y
cuando Beckham se acercaba a las esquinas para sacar los córners, un
coro le cantaba "¡feo, feo, feo!", como si aquello pudiera sentarle mal,
imposible. En este caso falló el ideólogo: lo que realmente nos irrita
es que nos recuerden lo que somos. Estoy por asegurar que le hubiera
desconcentrado más que le llamaran "¡guapo, guapo, guapo!".
El héroe. Para que la pugna se inclinara hacia el Madrid resultaba
decisiva la intervención de Baptista, que por algo es más alto y el más
fuerte. Su empeño, su fortaleza para escapar de las emboscadas, para
saltar las piernas de otros, dieron vida al Madrid, por otro lado, muy
ordenado gracias al trabajo de Guti y Pablo García, aseadísimos en la
circulación del balón, salvándose ellos y salvando a los demás, ya que
en partidos así retener la pelota es condenar el tobillo. En su intento
por demostrarnos que además de un gigante es un talento, Baptista se
regaló un sombrero dentro del área que no acabó en gol por la magnífica
parada de Ricardo.
Osasuna tardó en reaccionar a la rocosa disposición de su rival, pero lo
consiguió. A base de lucha fue apoderándose del encuentro, inasequible
al desaliento. En la mayor parte de sus operaciones destacaba Webó, más
animoso que acertado, cien hombres en uno solo. Sus ansias fueron
puestas a prueba cuando Sergio Ramos cayó sobre lo más íntimo de su
apellido. Sobrevivió.
Raúl García dispuso de una buena ocasión en la frontal, pero no anda
fino desde que se dijo que el Real Madrid seguía sus pasos, y hace meses
ya. Sin embargo, la mejor ocasión de Osasuna estuvo en los pies del
francés Delporte. Una falta directa botada por él salió repelida por el
palo. Casillas se estiró como una bandera al viento, pero ni así hubiera
alcanzado la pelota.
Consecuencia de ese asedio de Osasuna y de una falta semejante a la que
propició el tiro de Delporte, Casillas vio la primera amarilla. Por
protestar. Extrañó verle fuera del área discutiendo, pero su reacción da
idea del ambiente que se vivía en el Reyno de Navarra, del uno al otro
confín.
De esa manera finalizó la primera mitad y de ese modo comenzó la segunda,
con idéntico fuego, regado con gasolina cuando a los cinco minutos de la
reanudación el árbitro pitó penalti sobre Baptista. Lo fue. Robinho se
internó por la izquierda, Raúl tocó hacia atrás (lo único bueno que hizo
fue muy bueno) y Baptista fue derribado por Raúl García cuando se
disponía a reventar la pelota. Él mismo transformó la pena con seguridad
y colocación. En la celebración blanca que siguió alguien arrojó desde
la grada una aceitera de metal, acción que nos descubrió al mismo tiempo
a un imbécil y a un gourmet.
Como si a Osasuna le faltaran motivos para agitarse llegó el gol para
remover todavía más el corazón de los locales, que ya asomaba por sus
bocas. Los aplacó el árbitro al señalar penalti de Pablo García a Webó,
también claro. Cuando recordamos que Puñal no había fallado ningún
penalti en cuatro años, lo tuvimos claro. Puñal falló, si se puede
considerar error que un guepardo te atrape el frisby.
Incidente. Pero la gloria es espuma que dura poco. No había pasado mucho
tiempo cuando Casillas salió a despejar en el lateral del área grande y
en su intento de que no le sorprendieran de regreso alejó de una patada
un balón que ya se había perdido por la banda. Roja. Raúl dejó su puesto
a Diego López, al que casi sorprenden en pijama. Tardó cinco minutos en
atarse las botas.
Poco antes de ese incidente, que dejaba en clara superioridad a Osasuna,
López Caro nos había dejado patidifusos al cambiar a Robinho por Jurado,
un joven talento al que no envías a la guerra a no ser que te hayas
enamorado de su novia, y no debe ser este el caso. El chico bastante
tuvo con salir vivo y volver a casa.
Osasuna se volcó, tan enemigo del Madrid como del tiempo que pasaba.
Romeo rozó el gol, pero le penalizó su nombre amoroso. Las contiendas
engullen las cartas de amor. El esfuerzo de quienes atacaban era tan
portentoso como el de quienes se defendían, e incluyo al árbitro. Que
nadie lo olvide: bajo el Reyno de Navarra no hay brasas, está El Sadar.
El detalle: Montejano, debut y triunfo
El de ayer fue el primer partido de Luis Gómez Montejano como presidente
del Madrid. El estreno no pudo ser mejor, ya que el equipo blanco logró
el triunfo en Pamplona.
El duro - Moha
En el último minuto lesionó a Baptista con una fea entrada por detrás
que le costó la tarjeta amarilla.
El dandy - Delporte
Sólo el poste evitó que marcara en un lanzamiento magistral de falta.
Sus centros llevaron mucho peligro.
¡Vaya día! - Puñal
Pudo lograr el gol del empate de Osasuna pero su lanzamiento de penalti
lo rechazó Casillas.
El crack - Baptista
Trabajó en ambas áreas y marcó el gol del triunfo gracias a un penalti
que le hicieron a él mismo. |