Los de López Caro
mantienen la esperanza de clasificación directa para la Liga de Campeones
gracias al gol de Ronaldo sobre la campana. El Madrid, que llevaba tres partidos
consecutivos sin marcar, demostró que continúa teniendo graves problemas frente
a la portería contraria
No llegaba el Real Madrid con la sonrisa en los labios a la Romareda, el maldito
escenario de aquella maldita media docena copera, esos seis goles que tantas
heridas abrieron. Heridas aún sin cicatrizar; inestabilidad deportiva e
institucional, suspicacias y reproches de vestuario, baile de posibles
entrenadores, posibles elecciones, en fin, mal rollo en general. Así no hay
quien juegue bien al fútbol.
Llevaba el Madrid dos partidos ligueros sin marcar y López Caro quiso acabar con
la sequía de goles por la vía brasileña, esto es, con un ataque formado por
Ronaldo, Baptista, Robinho y Cicinho. Y salió el cuadro madrileño con una
propuesta seria, prometedora, al ataque, queriendo asustar desde el inicio,
presionando muy arriba, con Cicinho y Robinho muy activos por las bandas, con
las líneas muy adelantadas, tratando de encerrar al Zaragoza. A punto estuvo de
sacar partido a ese planeamiento inicial con una buena jugada entre Robinho y
Baptista que no supo finalizar Ronaldo, un tipo al que ya no le acompaña la
suerte, ni la puntería.
Pero el Zaragoza también quería el balón, no parecían dispuestos los de Víctor a
entregar el partido fácilmente, también querían jugar, y jugar bien, toca que te
toca, que para eso tienen una línea media llena de jugones, que no cualquiera
dispone para la creación de jugadores como Cani, Óscar, Celades y Zapater.
El interés inicial del Real Madrid se fue diluyendo a medida que el Zaragoza
lograba hilvanar jugadas, trenzar combinaciones, llegar por las bandas, donde
Cani, por la izquierda, retrataba con facilidad a Salgado. Aún así, una
sensacional galopada de Robinho, que recorrió cincuenta metros flotando sobre
jugadores maños, pudo cambiar las cosas, pero Ronaldo, que anda espeso, lento y
fondón, falló ante César.
A pesar de algún chispazo de talento de alguna de las estrellas de blanco, el
partido se estaba decantando irremediablemente de lado del Zaragoza, que parecía
un equipo mejor organizado, un grupo que tenía un plan y las herramientas
necesarias llevarlo a cabo. Y, físicamente, no había color; sólo había que ver
las carreras y los desmarques de Milito y Ewerthon y compararlas con las de
Ronaldo.
Ronaldo, sobre la campana
Seguro que López Caro intentó enmendar los errores en el descanso, encontrar la
inspiración perdida, motivar a sus chicos, pero antes de que las buenas
intenciones pudieran verse sobre el césped, llegó la jugada de Ewerthon, que
entró como una bala por la derecha, mandó un buen al corazón del área y Diego
Milito empujó a gol entre Mejía y Casillas, que encajaron el gol como si les
hubieran clavado un alfiler en la nuca; la imagen misma de la desesperación.
Al rato, el dúo dinámico, Ewerthon y Milito, volvió a dar un susto de muerte,
aunque esta vez Sergio Ramos evitó el segundo. Era ya el signo del encuentro; el
Madrid al ataque, asumiendo riesgos, buscando el empate desesperadamente, y el
Zaragoza, bien plantadito atrás a la espera de cualquier oportunidad apara coger
a su rival a la contra, con Milito y Ewerthon con el cuchillo entre los dientes.
Salieron Raúl y Zidane, pero no aportaron nada, ni siquiera algo de frescura.
Luego, Beckham, lanzó un magnífico libre directo, pero César envió a saque de
esquina. No quedaba ya esperanza, todo era tristeza, impotencia, cuando, de
pronto, en un balón al área, rechace que cae a los pies de Ronaldo y el
brasileño que no falla. Un punto recuperado, menos es nada. |