El Real Madrid es esto, la
Champions, la vieja Copa de Europa. Lo demás, la Liga, las otras copas, son
juegos que nos inventamos para hacer tiempo. No es arrogancia, es la cruda
realidad, la condena del éxito. El Madrid, su afición, sólo se sacia así. Ni
siquiera el título de Liga sirve de consuelo en caso de eliminaci se celebra,
naturalmente, aunque tal vez porque otros esperan que se haga, por no resultar
groseros. Pero hace ya mucho tiempo que la Liga es aquello que se gana con el
impulso que se tomó para conquistar la Champions, la vieja Copa de Europa.
La exigencia esclaviza y obsesiona, pero ofrece una escapatoria a la peor de las
desgracias siempre que exista una posibilidad de ganar el torneo. Y siempre que
el Madrid permanece en competición, existe. Molesta, pero no importa demasiado
que el equipo haya perdido 0-1 en el Bernabéu, o que el vestuario sea un
polvorín. En Copa de Europa, en los momentos decisivos (por eso excluyo el
partido de ida) se produce una transformación que no necesita de invocaciones
paranormales porque en este caso la transferencia de los viejos valores es
automática: el Madrid, la Champions. Basta enlazar los términos para desatar la
euforia propia y el miedo ajeno. Evidentemente, el fenómeno no asegura la
victoria, pero garantiza, si no la consumación de la proeza, su proximidad. Al
menos, habrá un último tren que tomar, un disparo final, un córner en el límite;
habrá algo.
Así es el partido, casi antes de cualquier otra consideración que tenga que ver
con las bajas o con los titulares. La grandeza del Madrid está equilibrada por
un resultado adverso. Sólo eso iguala el pronóstico.
Luego está Ronaldo, que debe jugar de inicio y parece que lo hará. Estos son sus
partidos. Los otros le aburren, se distrae. Le ocurre como al Madrid: su
motivación sólo encuentra desafíos en las montañas que superan los 8.000 metros,
la Champions, la vieja Copa de Europa. Y un apunte: Ronaldo llegó a ser el mejor
delantero del mundo, tanto como por sus fabulosas cualidades, como por su
sentido de la oportunidad en los momentos más gloriosos (Mundiales, derbys,
finales). Hoy tiene oportunidad y momento. Si aún vive, se manifestará.
Superior. El Madrid saltará a Highbury con un equipo mejor que el Arsenal y como
Wenger lo sabe, y es listo, tendrá trampas preparadas. Con seguridad, se
replegará y presionará. Querrá asfixiar a Guti y Zidane porque así podrá anular
a Ronaldo. La segunda parte de la misión corresponde a Henry. Esa es la ventaja
del Madrid: sólo tiene que neutralizarle a él. Morir a manos de Reyes o Cesc es
un riesgo que se debe asumir, antes de ficharlos.
Para lo único que no estará preparado el Arsenal es para el miedo. Esas jóvenes
panteras que pueblan la defensa del Arsenal sólo tienen un defecto: su absoluta
falta de experiencia. Si el Madrid marca un gol, temblarán. También lo hará
Highbury, un viejo estadio forjado en el fatalismo y sin hazañas que recordar en
la Copa de Europa.
Hasta ese terreno hay que llevar el partido. Donde los niños se encojan y los
viejos se agranden. Donde importe más la historia que el fútbol. Es la Champions,
la vieja Copa de Europa. Y es en Inglaterra, donde empezó todo. Esta noche no
sólo quita años. Reparte inmortalidad. O cenizas. Hoy no hay término medio. |