Llevábamos mucho tiempo
debatiéndonos entre la realidad y la ilusión. Deberíamos no hacerlo más. La
realidad nos descubría un Real Madrid cansado, física y mentalmente, alejado de
los títulos desde hace dos temporadas. La ilusión, sin embargo, nos hacía soñar
en cuanto se encadenaban un par de victorias consecutivas, no importaba
demasiado el rango de los rivales. Entonces, las estrellas volvían a lucir y
todos, jugadores, público y críticos, giraban la cabeza buscando a quien osó
decir que tal o cual futbolista estaba acabado, como si la herejía mereciera la
hoguera. Pero esos ataques de optimismo, que en algunos casos han propiciado
insólitas renovaciones, eran simple y vana ilusión. Por eso, cada vez que un
buen equipo se cruzó en el camino descubrió al Madrid montado sobre una calabaza.
Buenos equipos como el Barcelona, el Valencia, el Zaragoza de la ida, el Arsenal
de ayer.
Y si peligroso es confundir la realidad con la ilusión también resulta letal no
distinguirla de la nostalgia. Se equivocan desde el club cuando claman que
algunos de sus futbolistas son los mejores del mundo, apelando a una vieja
condición que fue cierta, pero que ya no lo es, porque hace tiempo que esos
jugadores no entran en las listas que eligen a los mejores del momento.
Y todos esos errores de planteamiento, que no impiden sobrevivir frente a la
mayoría de los equipos de la Liga española, y en ese caso se camuflan, resultan
flagrantes en los compromisos de primer nivel, cuando los rivales están mejor
dispuestos sobre el campo, corren más y, a veces, hasta juegan mejor al fútbol.
La clave. Esa es la lección que dio el Arsenal. Un equipo de buen nivel, pero no
olvidemos que en horas bajas, a 25 puntos del Chelsea, fuera de la Copa y en
plena renovación. Pero un equipo con un entrenador magnífico, un par de
jugadores sobresalientes, Cesc (que salió ovacionado) y Reyes, y uno de los
mejores futbolistas del mundo, este sí, todavía, Thierry Henry.
Fuimos torpes. Debimos caer en que a Henry le faltaba esto, el Bernabéu, el
Madrid. Subestimamos su calidad, o nos olvidamos de quién es, o tal vez nos
creímos que sus hazañas en la Premier estuvieron favorecidas por defensas muy
ligeras y porteros cantarines. Debimos anunciar a Henry como un demonio, que es
lo que son los ángeles vistos desde el otro lado. Se nos pasó. Y Henry ganó el
partido.
Cuando el prestigio es inmenso es casi imposible estar a la altura de las
expectativas. Pues Henry estuvo por encima. Es fascinante su manera de
controlarlo todo, lo propio y lo ajeno, su modo de parecer mejor que el resto,
más alto, más fuerte. Y para conseguir todo eso no le hace falta correr como un
poseso, ni siquiera necesita un jadeo, un escorzo, una crispación.
En el primer minuto, un fabuloso pase de Henry a Reyes provocó el primer susto.
Casillas salvó de milagro. Cinco minutos después, Henry repitió asistencia y
Ljungberg se entretuvo demasiado. Acto seguido, el demonio cabeceó muy cerca del
palo un estupendo envío de Reyes. No es que todos los balones de ataque pasaran
por sus pies, es que lo hacían todas las miradas de sus compañeros.
La disposición táctica del Arsenal amordazaba al Madrid. Wenger había tejido una
de línea de tres (Hleb, Cesc y Reyes) que acorralaba a Gravesen y levantaba un
muro entre la salida del balón del Madrid y sus futbolistas con talento para
sacarlo jugado, Guti y Zidane. En esas condiciones y sin suministros, Ronaldo y
Robinho eran dos náufragos. López Caro no se repuso jamás de ese movimiento, no
hizo nada.
Así que mientras el Madrid avanzaba con la dificultad de quien escala el Everest,
el Arsenal se hartó de robar balones y lanzar contragolpes. Fue en este capítulo
donde se consagraron Cesc y Reyes, que nadie vuelva a dudar. El primero, de 18
años, no sólo juega al fútbol con el gusto de Xavi o Iniesta, sino que además se
aplica en la recuperación como el mejor de los picapedreros (y no diré nombres).
Muchos de sus robos acabaron en los pies de Reyes, que le hizo un traje a
Cicinho. El sevillano, de 22 años, no dejó de intentar desbordes; cuando no
salió vencedor terminó en el suelo. Una pesadilla, en fin.
Cesc y Reyes, además de jóvenes talentos, son productos de Wenger, que apostó
por ellos con la decisión que no mostraron los equipos que los habían formado.
Porque lo que distingue a Wenger del resto de buenos entrenadores es su
capacidad para descubrir estrellas que otros no han visto. El costamarfileño
Eboue, que dio un recital en el lateral derecho, procede del Beveren belga. Su
compatriota Touré, implacable como central, fue pescado en el ASEC Abdijan de
Costa Marfil... Senderos era un chico muy verde... Todos baratos, pocos
comisionistas, me temo, para lo que se estila en un gran club.
Muy poco. La primera aproximación del Madrid en el primer tiempo fue un balón
colgado por Beckham al que no llegó Robinho. Era el minuto 22. Desde ese momento
el asedio se fue estrechando, pero la única ocasión que puso en verdadero
peligro la portería de Lehmann, vino propiciada de un error de Senderos. Beckham,
solo ante el guardameta, estrelló el balón contra sus pies, en lo que pareció un
intento de burlarle entre las piernas. El resto, tiros lejanos, jugadas
apasionadas, pero sin pólvora.
Cuando salió el Arsenal de la cueva fue otra vez para que nos quitáramos el
sombrero ante Henry, descomunal, siempre próximo al gol, importa muy poco dónde
se encuentre.
Hasta que recién iniciada la segunda mitad llegó su gol. Cesc le entregó el
balón como se da lo que no es tuyo. Fue muy cerca del círculo central, en el
gajo que ocupaba el campo del Madrid. Henry se deshizo primero de Ronaldo, que
bajó a defender porque los asesinos tienen un instinto especial para intuir los
crímenes ajenos. El capitán del Arsenal resistió el choque (que no es poco) y ya
a la carrera se fue de Mejía, de Guti y, por último, de Ramos. No crean que
llegó al área a trompicones, sino recto como un roble, tranquilo, chuleta, tan
sobrado como para batir a Casillas de un leve toque cruzado.
El Madrid se descompuso más todavía y las contras del Arsenal arreciaron. El
chaparrón fue tal que deben sentirse satisfechos los madridistas porque no
cayeron más goles. La única respuesta de los locales fue tan preocupante y tan
inútil como lo fue la persecución del quinto gol contra el Zaragoza. Salvo un
balón que el portero del Arsenal le quitó a Beckham de las botas no se recuerdan
más ocasiones, si acaso un remate en semifallo de Ramos con el equipo volcado.
López Caro tardó otra vez demasiado en cambiar. Raúl entró por Robinho en el
minuto 63, pero eso no arregló nada. Tampoco la incorporación de Baptista por
Gravesen. Cassano fue despreciado de nuevo.
La desgracia del Madrid se había gestado desde el principio del partido, cuando
Woodgate tuvo que retirarse a los ocho minutos al recaer de sus dolencias
crónicas. Es como si todo lo mal hecho por el club en los últimos tiempos
eligiera el mismo día para manifestarse, el peor día, en la Champions, el único
salvavidas. En el tiempo añadido, Raúl peinó la última esperanza y Ronaldo no
llegó al balón.
Queda el partido de vuelta. Como somos incorregibles volveremos a ilusionarnos.
El crack - Henry
En la primera parte avisó y en la segunda decidió con un gol pleno de velocidad,
fuerza y calidad.
¡Vaya día! - Woodgate
A los ocho minutos del encuentro fue sustituido por Mejía al sufrir su enésima
lesión muscular.
El dandy - Cesc
Con sólo 18 años dio una lección en el centro del campo. Robó y metió continuos
pases al hueco.
El duro - Zidane
La desesperación le llevó a pegarle una patada a Diaby casi al final del partido
que mereció la amarilla. |