Las consecuencias de una resurrección son
imprevisibles. Hay poca documentación al respecto y la más fiable que
existe nos habla de un caso, indudablemente divino porque el resucitado
se apareció a sus discípulos, en lugar de presentarse ante sus verdugos,
lo que hubiéramos hecho cualquiera de nosotros, pues supongo yo que la
resurreción debe dar unas ganas terribles de darle un palazo al
enterrador y recorrer las calles haciendo cortes de manga o, incluso,
blandiendo motosierras, el cine de terror está lleno de ejemplos (Jason,
Freddy...). El Madrid resucitó ayer y según tecleo ya oigo algunos
recados dirigidos a los agoreros que daban (dábamos) la Liga por perdida,
pobres pecadores descreídos, ya sé lo que hicisteis el último verano.
Aunque el milagro todavía no se ha producido, los incrédulos ya nos
golpeamos el pecho y reconocemos que ayer se cumplió el primer paso,
porque no sólo ganó el Madrid, sino que lo hizo con un fútbol soberbio,
con goleada incluida y, si bien es cier to que la diferencia particular
de goles sigue favoreciendo al Barcelona, no lo es menos que muchos (muchos
malvados, se entiende) hubieran concedido esa baza a cambio de la lesión
de Etoo, el jugador más determinante de la Liga.
En resumen, se podría decir que todo aquello que podía minar la
confianza del Barça ocurrió. El efecto sobre el barcelonismo y su
agitado entorno es imprevisible, tanto como la influencia que tendrá el
triunfo en el Madrid, un equipo absolutamente inconstante que deberá
concentrar toda su atención en los próximos siete encuentros. La
asignatura pendiente no era ganar al Barcelona en el Bernabéu, es
exhibir ese poderío fuera de casa y luego hacerlo con cierta regularidad.
El partido fue de una plenitud insospechada, con rango y luz de fase
final de Copa del Mundo, y reunió todos los alicientes posibles,
incluidos los goles de las principales estrellas y un par de giros de
guión que estuvieron a punto de dislocarnos la cintura, y no es metáfora.
Durante un encuentro de semejante emoción se activan músculos
desconocidos que después de miles de respingos provocan que los que no
jugamos acabemos igual de agotados que los protagonistas, o más.
Dijo una vez Woody Allen que admiraba del deporte su capacidad para
generar guiones imprevisibles y finales insólitos y ayer fue un
magnífico ejemplo de que siempre tiene razón, porque si el choque empezó
siendo del Madrid hasta provocar el rubor de una posible goleada, se
puso de repente a merced del Barcelona, y cuando más parecía confirmarse
el dominio barcelonista, su cercanía al título, volvió a ser propiedad
madridista e incluso antes del final deparó otros sustos.
Pero ordenemos el curso de los acontecimientos, si es posible. El Madrid
salió con el entusiasmo y el compromiso de aquellos minutos pendientes
contra la Real Sociedad o del encuentro de ida contra la Juventus. Y en
ese estado de revolución, y amparado por el Bernabéu, el equipo es casi
imparable, aunque sea por momentos. En este caso los momentos fueron 20
minutos, los primeros. Durante ese tiempo, el Madrid estuvo desatado,
implicadísimo, el Barcelona casi desarbolado.
En esos instantes se vio que también sería un choque épico. A los cinco
minutos Puyol chocó su cabeza contra la de Raúl y el capitán tuvo que
regresar al campo con un apósito en la ceja que se empapaba de sangre. Y
para un tipo como Raúl, que además se ha dejado barba, un esparadrapo
sanguinolento es como un disfraz de Rambo, en eso se parece mucho a
Camacho, mucho mejor futbolista cuando le adornaba una venda y manaba
glóbulos rojos.
Golpes de fortuna. Una incursión de Ronaldo por la banda izquierda
propició el primer gol del Madrid. Ronie llegó hasta la línea de fondo,
caracoleó ante Gio y mandó un pase picadito y bombeado al segundo palo,
donde apareció Zidane para cabecear en plancha. El francés llegaba con
tanto ímpetu que se estampó contra el palo y sus compañeros no pudieron
achucharle mucho. El equipo sufría otro golpe, pero ganaba otra tirita,
esta vez en la nariz.
No tardó en llegar el segundo gol y fue consecuencia del torbellino en
el que se había convertido el Madrid. Beckham, del que luego hablaremos,
también de Ronie, sacó de forma maravillosa una falta y Ronaldo cabeceó
a la red, sin marcaje alguno, pero superando perfectamente el trauma que
le causan los balones que se aproximan a su cabeza, un miedo muy lógico
en cualquiera que haya utilizado alguna vez un accesorio facial, ya sea
ortodoncia, lentilla o gafas de pasta.
Fue a partir de entonces cuando el Barcelona desplegó el fútbol que le
ha diferenciado durante todo el campeonato. Esa recuperación de la
personalidad perdida se produjo a base de tocar y tocar, pues es con el
balón en los pies como se reordena el equipo y retoma los automatismos
que le hacen grande, su movimiento constante, sus despliegues por las
bandas, sus apoyos y paredes.
Sin embargo, en esta ocasión, además de por la baja de Deco, el Barça se
veía mermado por el estado de forma de Ronaldinho, a medio gas por la
gastroenteritis que padeció los días precedentes.Y sin ellos es como si
al equipo le limaran las uñas, porque, además de perder gol, ve cómo se
rompen muchos de los canales de comunicación con Etoo. Nunca como ayer
parecieron tan bajitos Xavi, Iniesta o Giuly.
El gol del Barça terminó por llegar en la que fue, probablemente, la
única indecisión de la defensa madridista. Etoo escapó de un barullo,
Helguera no consiguió despejar ante Xavi y el balón rebelde quedó en los
pies del camerunés, que en un par de zancadas alcanzó a Casillas y le
batió por bajo.
Una vuelta del revés y don Juan fue doña Inés. El Barcelona pasó a
controlar el choque y acarició el empate (y el título) con dos remates a
quemarropa de Gio y Giuly, ambos despejados de forma soberbia por
Casillas. El empate parecía sólo cuestión de tiempo. Pero fue entonces,
al filo del descanso, cuando marcó Raúl, magnífi co pase de Roberto
Carlos que llegó a un autopase imposible, ya digo que ayer no fue San
Ezequiel sino San Galáctico Resucitado. Reseñar que el capitán no lo
celebró con la mesura habitual y el beso en el anillo, sino que se
desmelenó por completo, no hay nada como una gasa ensangretada para
recuperar las esencias.
Seguramente, ese fue el instante clave del clásico, el que condicionó la
reanudación, el que marcó su destino. Aunque la segunda parte también
estuvo plagada de estupendas intervenciones de Casillas, el Madrid se
sintió confiado en su suerte y esperó agazapado al Barcelona, que ya
actuó demasiado ansioso.
Show inglés. Owen logró el cuarto al culminar con su habilidad ratonera
un prodigioso pase de Beckham que le abrió una autopista. La asistencia
colgaba una medalla en lo que estaba siendo una grandiosa actuación del
inglés (del inglés guapo, del más guapo, del rubio), enorme en el
esfuerzo y en su modo de lanzar al equipo desde la banda derecha, donde
se marcó incluso un desborde por velocidad. Los que dudaban de que
supiera saber jugar al fútbol habrán salido de dudas, imagino.
Junto a Beckham, el Madrid se sostenía en un Ronaldo fabuloso y en un
Helguera inconmensurable, rapidísimo en el recorte y escudo humano en el
que se estrellaron muchos de los cañonazos del Barcelona, varios de
Márquez.
Ronaldinho acortó distancias con un lanzamiento de falta que aprovechó
una brecha en la barrera para sorprender a Casillas. El tanto valía oro
porque volvía a dejar la diferencia de goles a favor del Barcelona. Pero
esa mínima alegría barcelonista se esfumó cuando se lesionó Etoo, el
menisco en vilo.
Se acabó el clásico y todavía hay Liga, y lo digo mientras aún me golpeo
el pecho en acto de contricción, arrepentido e inquieto, porque oigo
motosierras por todos lados.
El crack - Ronaldo
Se reencontró con el gol, aunque de una manera poco habitual para él: de
cabeza. Además, dio el pase del primer tanto, obra de Zizou, y también
defendió.
¡Vaya día! - Valdés
Sólo paró una falta poco colocada de Beckham, un tiro de Ronaldo y otro
par de acciones del Madrid. Pudo hacer más en los goles de Owen y de
Raúl.
El dandy - Beckham
Atacó siempre con peligro y se dejó la piel en defensa. Además, dio dos
pases de gol: el de Ronaldo, de falta, y el de Owen, desde el centro del
campo.
El duro - Gio
Fue el más duro en un partido de guante blanco. Vio amarilla por una
entrada a Iván Helguera y debió ser expulsado por una dura patada a
Michael Ow |