El partido tiene mucho de plebiscito, de
manifestación popular y juicio público. Y ya que el Madrid pertenece a
los socios, como recuerda últimamente el presidente, me sorprenden los
intentos por reprimir las lógicas protestas con el razonamiento de que
quien critica en estos delicados momentos no es madridista, sino
saboteador. Me sorprende también, en este ambiente, el despliegue de
rutilantes pancartas que envolvió el entrenamiento del viernes y que en
ellas se leyeran más consignas que ánimos. Resulta admirable el esfuerzo
económico y el amor a los colores de la peña que se declaró responsable,
porque no eran aquellas las pancartas que se improvisan sobre una sábana
o una cartulina, sino cuatro carteles de 50 metros con exquisita y
variada tipografía.
El encuentro es agónico para el Madrid y representa la tabla a la deriva
a la que se agarran los optimistas patológicos, aquellos que creen que
aún hay opciones de luchar por la Liga, basados en que una vez un equipo
de no sé dónde remontó 11 puntos y luego casi ganó el campeonato, aunque
faltaban más jornadas y el rival enfermó de varicela. Ganar es mantener
el escaso crédito que otorgan las matemáticas y aprovechar la tregua de
la Semana Santa para seguir hablando de milagros y resurrecciones.
Como Gravesen cumple ciclo de tarjetas, Luxemburgo renunciará al rombo y
alineará a uno de los equipos habituales de García Remón, con Guti y
Beckham como pivotes. Es decir, que tras su decepcionante rendimiento en
la media punta, Figo regresa a la banda derecha, al menos sobre el papel.
Me viene a la memoria aquel entrenador que dijo que todos los sistemas
son perfectos, el problema es que los futbolistas se mueven, y algunos
más que otros. Salgado, ya recuperado de su lesión, vuelve al lateral.
Como se prevé examen popular, es positivo que estén todos los que son y
fueron.
El Málaga llega con la losa de que jamás ha vencido en el Bernabéu, pero
con la ilusión de que un triunfo lo aproximaría definitivamente a la
salvación. El equipo, alimentado en su mayoría por ex madridistas (entre
ellos Fernando Sanz, dejen volar su imaginación truculenta), transmite
mejores vibraciones desde que lo entrena Tapia, un tipo sencillo y
admirador de Stielike, un futbolista que era un ejército, o dos. El
técnico planea pressing en el centro del campo y contras fulgurantes con
menos de cuatro toques, justo el reverso del Madrid, que soba y no
presiona. Tal y como están las cosas en el Bernabéu, debería tener
cuidado Tapia de que cuando salga del vestuario, confundidos por su
apellido, no le hagan una pintada en la espalda, "Patria o muerte", es
lo que falta por ver. |