Recuerdo que cuando se empezaba a hablar de
que Ronaldo podría venir al Madrid, Del Bosque reflexionó, cachazudo: "Si
viene Ronaldo, yo seré mejor entrenador". Y tenía razón. Del Bosque sabe
que el mejor entrenador es el que más títulos gana, y que la mejor
manera de ganarlos es tener buenos jugadores. Claro, que no todos los
entrenadores saben manejar a los mejores jugadores. Algunos, casi diría
que los más, se estrellan con ellos. Nada extraño: choque entre la
autoridad del que maneja el grupo y la libertad de quien se considera
especial cree merecer. En ese sentido, Ronaldo es uno de los más
difíciles.
Y es una prueba para un entrenador. Ese cuerpo poderoso encierra un
número ilimitado de goles, y convenientemente sacudido esos goles
producen triunfos y títulos a un ritmo sin igual. Pero sometido a
castigo, malas caras y ambiente hostil, se contrae, se aturde y deja de
ofrecer goles. Del Bosque supo tocar los registros adecuados y el gran
Ronie se encargó de amarrar la Liga en el último mes, con goles de dos
en dos. Y no es descabellado pensar que si aquel año el Madrid no ganó
la Champions fue por la lesión del crack ante la Juve. Un año después,
Queiroz se pasó de consentidor, Ronie engordó hasta lo impresentable y
fue el desastre.
En realidad se trata de algo tan difícil como jugar a las siete y media.
O te pasas o no llegas. Queiroz no llegó, Luxemburgo se está pasando con
sus balones medicinales y pruebas anaeróbicas. Su desafío es rebajar el
nivel de exigencia pero manteniendo a Ronaldo en unos niveles honorables
de condición física. Para castigarle, atormentarle, aburrirle y
finalmente apartarle vale cualquiera. Para sacar de ese cuerpo los 35
goles por año que todos sabemos que lleva dentro hace falta una
habilidad especial. Esa es la tarea que tiene pendiente Luxemburgo.
Porque el Madrid sólo es de verdad excepcional con un Ronaldo en pleno
funcionamiento. |