Suena un tanto despectivo hablar de
extrarradio o de ciudades dormitorio, más aún cuando el extrarradio ha
crecido hasta convertirse en aguja del compás y cuando las ciudades
dormitorio cuentan con salón comedor, cocina amueblada, piscina, pádel y
40 minicines. Madrid capital, que empezó siendo el planeta, ha terminado
por ser el satélite turístico, el casco viejo, el recinto amurallado, un
lugar lleno de japoneses donde sólo vive Sabina.
Quizá por eso no se llenó el campo de Butarque, porque una vez asumido
por los seguidores locales que con ese equipo era casi imposible ganar
no había excesivo interés en ver cómo lo hacía el Madrid. Cuestión de
orgullo patrio. Todos llevamos un equipo de hockey patines en nuestro
interior.
Si no hubo en el campo más presencia de aficionados blancos (ayer negros)
es porque, a excepción de los lugareños, casi nadie conoce a ciencia
cierta la salida adecuada para llegar a Leganés y circula la leyenda
urbana de que si te pasas el desvío desembocas en el Triángulo de las
Bermudas, junto a un portaaviones de la Segunda Guerra Mundial y la
cabina de López Vázquez.
Ganó el Madrid y se clasificó para los dieciseisavos de final de la Copa
del Rey. Lo hizo sin más brillantez que los nombres de los goleadores,
Morientes y Owen, y con esa falta de contundencia habitual (Caballeros
de la Angustia) que permitió al Leganés soñar con el empate hasta el
último instante. Digo soñar porque muchas ocasiones no tuvo, sólo sueños
y un portero que subió al final en busca del remate imposible. Poder
contar que llegaste a eso contra el Madrid es una forma de perder menos,
de ganar algo.
Fue uno de esos partidos que no exigen al espectador demasiada atención
(tampoco al futbolista), que permiten otras actividades simultáneas, ya
sea ojear el periódico atrasado o hacerse una tortilla campesina,
partidos que invitan a conversaciones ajenas al juego, debates sobre los
pollos de Mingo y asuntos así. El fútbol, que es un deporte apasionante,
nos recuerda de vez en cuando su origen paleolítico, patada a la piedra
y regate al mamut.
En el Real Madrid, Morientes jugó como segunda punta y Owen ejerció de
ariete, situación inversa a la que sugieren sus fisonomías pero que no
resultó del todo mal; aunque tampoco bien. En el centro del campo se
concentraron los Pavones: Javi García, Borja y Álex Pérez. Los tres
comandados por Celades, lo que es como ir al cine acompañados por el tío
soltero.
Seguramente lo más destacable para el Madrid, además del resultado, es
que los canteranos no se conformaron con pasar inadvertidos. En especial,
Álex Pérez, que se descubrió como un futbolista interesantísimo para la
banda izquierda, el flanco más desguarnecido del primer equipo. Tiene
desborde, atrevimiento y ese aire de los jugadores buenos que quieren
acaparar protagonismo, de los que sonríen porque se lo están pasando
bien. Le dio un pase de gol a Owen que el inglés mandó al limbo y otro
no menos malo a Morientes que también fue desperdiciado.
Javi García, que dejó en el banquillo a Juanfran, mostró más
contundencia que exquisitez, pero también eso se agradece, cualquier
cosa antes del rictus afligido al que nos tenían acostumbrados otros
jóvenes abrumados por la responsabilidad.
Frente al talento sin tensión, el Leganés opuso la dignidad de los
equipos humildes, el orden y la entrega, virtudes que le bastaron para
mantenerse en pie todos los asaltos, pero insuficientes para ganar el
combate. En la primera parte, sus acercamientos más peligrosos fueron
dos lanzamientos de falta que atrapó César con seguridad.
Los goles. Si Morientes abrió el marcador al aprovechar un rechace del
portero a tiro de Owen, los papeles se invirtieron en el segundo tanto y
fue el inglés el que culminó una asistencia del Moro. Owen ha marcado en
los tres últimos encuentros y eso resulta prometedor porque da la
impresión de que todavía no ha conseguido arrancar la motocicleta. A
Morientes hay que reprocharle que se encarara con la grada en su
celebración. Los grandes jugadores mandan callar a estadios enteros,
pero no deben contestar a los grupos de energúmenos.
El Leganés acortó distancias gracias a un gol fantástico de Dani Ruiz,
que sorprendió a César al sacar una falta a la escuadra cuando se
esperaba un centro al área. El ex madridista lo festejó con rabia, como
si fuera gol de Champions o como si se lo dedicara al ojeador que le
dejó marchar.
A pesar de todo, no pasó apuros el Madrid. Los locales reclamaron algún
penalti incierto y eso fue todo lo más que se acercaron al empate.
Cuando la distancia entre los equipos es demasiado grande la sorpresa es
un milagro, como tomar la salida correcta a Leganés.
¡Vaya día! Marcos M.
El máximo goleador del Leganés en lo que va de temporada no inquietó a
la defensa madridista y acabó el encuentro sin rematar a la portería
defendida por César.
El dandy: Morientes
Marcó el primer gol del Madrid y fue el autor de la jugada que dio
origen al tanto de Owen. Asumió su responsabilidad e intervino mucho en
el juego del equipo.
El crack: Alex Pérez
El canterano aprovechó la oportunidad y demostró a base de velocidad y
buenos centros desde la izquierda que está preparado para jugar en el
equipo blanco.
El duro: Javi García
Hizo un buen partido pero en el minuto 65 se pasó de revoluciones y vio
la amarilla de manera merecida por entrar a Pardo con los dos pies por d |