El Madrid perdió mucho más que un partido:
perdió credibilidad. La imagen de Leverkusen hace pensar que se agota un
ciclo, que aquellas cinco derrotas consecutivas del ańo pasado no fueron
un prolongado accidente, sino el síntoma de un agotamiento. Físico,
futbolístico y hasta de convivencia. Este Madrid está a medio camino
entre su viejo juego de empaque, tránsito lento, balón al pie y
maravillas de cuando en cuando, hacia un equipo más dinámico, de presión,
toque, desmarque y salida rápida. En ese viaje se ha perdido. Los
jugadores no entienden a Camacho, o no le quieren entender, y Camacho lo
nota y se resiente de ello.
Digo que se resiente de ello porque el doble cambio de Figo y Ronaldo
con 3-0 en contra suena a desahogo de la propia frustración, más que a
búsqueda de alguna solución que en ese momento ya no cabía, porque el
partido estaba irremisiblemente perdido. De la fortaleza de los lazos
internos del club va a depender que las consecuencias de esta actitud
sean más o menos controlables, pero actitudes como la de Camacho rara
vez resultan gratis. Por supuesto que todo entrenador tiene derecho a
sustituir a quien quiera y cuando quiera, pero volcar la frustración
sobre dos cabezas concretas es algo que hay que meditar mucho.
Por lo demás, el Madrid sigue sujeto al dibujo asimétrico que dejó
trazado Del Bosque cuando aún Roberto Carlos era capaz de hacer la tarea
de dos hombres. Ahora ya no lo es. El Madrid juega sin nadie en la banda
izquierda y esa primera laguna da lugar a un desajuste que recorre todo
el sistema como un terremoto. Y siguen las actitudes caprichosas, como
la de quedarse parado protestando mientras la jugada sigue (Figo,
Roberto Carlos) o contemplativas (Beckham en el segundo gol). Y cuando
enfrente hay un equipo fuerte, y ayer lo había, todo salta por los aires.
Y lo peor es que hasta ahora Camacho no ha alumbrado ninguna solución. |