Debatía no hace mucho, en
una de esas deliciosas conversaciones que no van a ninguna parte, si un
equipo de once ronaldos vencería a uno compuesto por once ayalas. No
recuerdo bien qué postura defendía yo en esa apasionante discución, y
tampoco es importante, pues lo de menos en esas tertulias es tener razón,
sino argumentar con decisión y vehemencia. Quien defendía la
preponderancia de los centrales clónicos lo hacía en base a su espíritu
de lucha (y leña) y quien apoyaba la supremacía de los arietes lo
justificaba en la supremacía del talento, no sin lamentar que no se le
permitiera contar con once raúles, no fuera a ser que sus androides
entraran al mismo tiempo en reposo ronaldiano. Fuera quien fuera quien
tuviera razón, creo que esos dos equipos de ficción perderían contra uno
normal, equilibrado, levemente sensato.
Camacho se ha encontrado con el equipo del mundo real más parecido al de
los once ronaldos. Y su misión es darle orden y disciplina, endurecerlo,
encauzar sus virtudes. En cierto modo, debe reeducar a algunos
futbolistas que se sienten los mejores del mundo, rutilantes estrellas
que la última vez que se dejaron enseñar algo fue en alevines.
Independientemente de que lo consiga o no, es una buena noticia que se
atreva a intentarlo. Ayer se le vio bracear repartiendo instrucciones,
sin falsas galanterías, delante del público y los fotógrafos, con
rotundidad y entusiasmo, como es él. Se empleó a fondo con la defensa,
la línea más moldeable, pero también aconsejó a Raúl. Si en My Fair Lady
el reto era convertir a una florista vulgar en refinada dama, este
desafío es exactamente el contrario: transformar al príncipe azul en
valeroso soldado. |