PrólogoEl Real Madrid busca en el
Mónaco el bálsamo que alivie sus últimas decepciones, con la derrota
ante el Zaragoza en la final de la Copa y la goleada encajada en San
Mamés. Los de Queiroz volverán a contar con Ronaldo, recuperado de la
rotura fibrilar que le ha mantenido apartado dos semanas -aunque para
algunos haya parecido un mes-, aunque Raúl podría ser duda. No llega
mejor el equipo monegasco, eliminado por un segunda en la Copa y que ha
tirado por tierra la ventaja de diez puntos con la que contaba respecto
al Olympique, nuevo líder. El duelo, en el que los de Deschamps asumen
el papel de víctimas, adquiere un morbo especial con la vuelta de
Morientes al Bernabéu.
Nudo
Primer Acto: Con la que había caído desde la noche de Montjuïc, lo
que demostrara el Madrid desde el pitido inicial iba a ser determinante
no sólo para la eliminatoria sino para calibrar el aspecto anímico de un
equipo en horas bajas. La presencia de Ronaldo como titular dejaba para
la galería el sentimiento de retorno a los viejos y buenos tiempos. Y
así pareció, al menos durante 15 minutos. Un cuarto de hora inicial de
un Madrid punzante, con iniciativa e ideas, con el Beckham de hace dos
meses y unas bandas profundas.
Se le fueron en el intervalo dos cabezazos arriba a Raúl y otro a
Ronaldo imposible de fallar. Era el tiempo de un Mónaco impresionado por
el Bernabéu y achicando agua a más no poder. Mostró el equipo de
Deschamps un perfil tímido, más atento a no salir de Madrid con un saco
de goles que otra cosa. No obstante, cuando se sintió a gusto y Giuly
descubrió la senda, creció el Mónaco y afeó a un equipo, el de Queiroz,
con muchos pecados que confesar. En uno de ellos, la eterna desidia
defensiva ante los balones parados, Schillaci encontró mil rebotes para
adelantar a los del Principado y echar sal en la herida de un Madrid que
no encuentra su sitio.
Segundo Acto: El tanto dejó al Madrid en el lugar que
Deschamps quería. Un gol en campo contrario es un suculento botín como
para guardarlo bajo llave y eso, unido al bajo momento madridista,
dejaba a los de Queiroz a los pies de los caballos, con la presión del
resultado y el campo rondando la cabeza de todos y cada uno de los
galácticos. Así, el Madrid no encontró el ritmo de juego adecuado, no
descubrió la forma de desarrollar un fútbol dinámico frente a un equipo
consciente de su inferioridad y olvidado de Casillas, espectador de lujo
en la segunda parte.
Eso sí, a falta de una sensación moral de equipo imponente, lo que no se
le puede quitar a este Real Madrid son los bocados de talento que
arreglan cuestiones que parecen imposibles. Encontró el Madrid el empate
casi de casualidad, pero a partir de ahí encajonó al Mónaco a base de la
puntual clase de Zidane (autor del segundo), del eterno coraje de Figo (su
insistencia en el penalti lo retrata) y de la definición imposible de
Ronaldo. Tres bocados para acabar con el pastel de cuartos de final,
aunque Morientes se llevara el aplauso y apretara un poco el partido de
vuelta.
Desenlace
No anda el Madrid como debe, pero pudo sacar adelante un partido, y
casi la eliminatoria, a base de talento, del plus individual que a este
equipo le añaden Zidane, Ronaldo o Figo. Tras verse en la peor situación
posible, el equipo de Carlos Queiroz supo sobreponerse anímicamente al
palo del gol de Giuly y apuró la clase de sus estrellas para perfilar su
pase a semifinales.