Fernando Morientes aterrizó en el aeropuerto
Madrid-Barajas a las 12:14 minutos. En la terminal 1, salida dos, le esperaban
una treintena de hinchas fieles dispuestos a demostrarle que para ellos sigue
siendo el mejor esté donde esté. Marta lucía orgullosa su camiseta del Moro
firmada. Viajó hasta Mónaco para conseguirla y ayer estaba especialmente
emocionada por ver a su jugador favorito. Un grupo de adolescentes, que se
habían saltado las clases a la torera, esperaban la salida del delantero.
“Míralo, está cogiendo la maleta. Es el mejor”. Dos hermanas le prepararon una
pancarta para darle la bienvenida. Todo eran detalles para el ex madridista, que
se hizo esperar más de media hora.Salió protegido por la Policía y por sus
compañeros, pero le tocó saludar como si de un Rey o un Príncipe se tratara.
“Morientes, Morientes” o “Morientes Selección”, fueron los cánticos que
alteraron durante cinco minutos la tranquilidad del aeropuerto. Empujones, besos
al aire, abrazos, apretones. Era imposible acercarse a un metro del jugador. Se
subió al autobús casi en volandas. Se le notaba nervioso, más bien emocionado.
Saludó a Esteban, el encargado del material en el Madrid, o a López Serrano,
director de relaciones internacionales, que fue a Barajas a recibir al equipo
francés. Se sentó en la parte de atrás del autobús mientras un cámara de
televisión seguía todos sus movimientos. Tuvo que mandar besos y saludar una y
otra vez. Y sonreir. Y aguantar bromas. Pero se le veía feliz. “¿Qué pasa con
Morientes?”, “Quizá ha jugado en el Madrid alguna vez en su vida”, ironizaban
sus compañeros.
Y a las puertas del Hotel Intercontinental más de lo mismo. Adolescentes con
fotos acompañadas de sus padres con un único propósito: ver a Morientes unos
segundos. El tiempo corría muy rápido. Comida, siesta y visitas. Su familia le
arropó como no podía ser menos. Habló con algunos futbolistas del Madrid y a las
cinco y media lo mejor, lo más emocionante. Morientes llegó al Bernabéu. El
estadio en el que celebró sus éxitos durante seis años le recibió con los brazos
abiertos. “Me hace ilusión y me siento tan extraño. Es un regalo jugar contra el
Madrid”, decía.
Y llegó el momento de saltar al césped. Salieron todos menos Morientes. Le
tocó saludar a unos y a otros. Ha dejado tantos amigos que ayer su mano se gastó
un poquito después de tanto estrecharla. Saltó al césped el último, despacio,
mirando todos los rincones, examinando el campo vacío, ese que hoy estará lleno
y que le recibirá con un cerrado aplauso. “Estoy tranquilo por cómo me va a
recibir el público. Siempre me demostraron cariño”, dije. Se puso a correr y
mientras corría le iba enseñando a sus compañeros algunos de los secretos de ese
estadio que él conoce tan bien. Les mostró los palcos blancos, los asientos del
banquillo o donde estarán sus hinchas. Morientes lleva 17 goles con el Mónaco,
hoy quiere marcar en el Bernabéu, aún no sabe si lo celebrará. Tiene nostalgia,
pero en Mónaco también es feliz.