Nos gustaba imaginar que Queiroz
alinearía hoy a los mismos futbolistas que empataron en Éibar. De ese modo
hubiera permitido que los chicos cerraran algunas bocas (la mía), ya que lo que
pasó en el partido de ida fue un accidente, hay que dar confianza a los jóvenes,
Herodes, no se puede juzgar a nadie por un solo encuentro, Ipurúa era una olla a
presión y además se consiguió un gran resultado.
Pero Queiroz no se fía y ha
convocado a toda la galaxia, incluido Beckham, que todavía tiene puntos en el
tobillo. Si no es un ataque de miedo, se le parece bastante, aunque hay quien
dice que es un intento de hacer grupo y de que Becks no pase la noche con
Victoria en la parte de atrás de un coche, que hacerse rico es un largo camino
para volver a los placeres primitivos, donde haya un descampado que se quite el
Ritz.
El entrenador del Real Madrid nunca
tendrá una oportunidad mejor de comprobar la valía del equipo suplente, si es
que no la conoce, que nos tememos que sí. No tiene sentido que ahora quiera
proteger a los jóvenes apartándolos del equipo titular, porque eso termina por
hundirlos. Tampoco es lógico tanto cambio de opinión, tanto escondite, tanta
boba incertidumbre sobre quién jugará ante el potentísimo Éibar B.
Independientemente de lo que ocurra
en la eliminatoria, Queiroz ha perdido la batalla de la coherencia, hasta el
punto de que da la impresión de que Amorrortu es el entrenador del equipo grande,
el que va de cara, y el portugués el técnico del conjunto pequeño, tan
asustadizo que no mueve ficha hasta ver lo que enseña el contrario y si miras
para otro sitio te saca a Ronaldo.
En principio, parece que en el
Madrid jugarán de inicio Salgado, Roberto Carlos, Figo, Zidane y el propio Ronie,
aunque cuando Queiroz lea la prensa puede cambiar de opinión.
Juanfran, la última joya de la
corona, el único que se dejó ver en Éibar, la penúltima esperanza, se queda
fuera de la convocatoria después de haber estado en el banquillo en Anoeta.
Mejía jugará porque no hay más remedio: Raúl Bravo y Rubén están lesionados.
Mientras el Madrid reunía a los
ejércitos de tierra, mar y aire, la plantilla del Éibar se daba un paseo por
Madrid y visitaba la Sala de Trofeos del Bernabéu, dos cosas que debería hacer
de vez en cuando la plantilla galáctica para familiarizarse con la atmósfera
mundana y con los méritos de los clásicos.
El ambiente. A pesar del
temor a que el Bernabéu sea hoy una nevera congelador, dicen los optimistas que
habrá buena entrada por el reclamo de los galácticos, por el medio millar de
aficionados del Éibar que estarán en las gradas y porque se invitará a algunos
colegios. De aquí a poner chinos que aplaudan hay un paso.
Este tipo de partidos, vivos por el
resultado de la ida, tienen un morbo añadido porque en ningún otro deporte como
el fútbol es posible la sorprendente victoria del pequeño. Eso es un aliciente.
También lo será ver cómo sale el Madrid de este entuerto. Sólo le vale vencer
por siete. Si gana por poco quedará como un abusón, como el niño chivato que
llama al primo de Zumosol (Ronie). Si pierde, mejor ni les cuento.
AS