Cuando Gabriel García Márquez acuñó
el término miedo escénico no pensaba en el Santiago Bernabéu, aunque Jorge
Valdano utilizó más tarde su hallazgo, que hizo fortuna entre el madridismo.
Miedo escénico es lo que flotaba en el aire anoche en el Camp Nou. Miedo a la
Galaxia Blanca, al escarnio de una goleada ignominiosa, a lo peor. Sólo así se
entiende el silencio que acompañó cada toque de Zidane, cada pase de Beckham,
las galopadas de Roberto Carlos o la pelea de Ronaldo. El único que provocaba
una reacción de la gent blaugrana era Figo, depositario único (y cada vez menos)
del odio culé. Figo sí que escuchó música de viento cuando entró en juego, pero
esta vez ya no propició cochinillazos ni lanzamientos de peor calaña.
El miedo escénico que generó el
Real Madrid en Can Barça alcanzó su cénit en el gol de Roberto Carlos. El
estadio lo recibió como quien espera una mala noticia, con la resignación del
condenado a muerte a quien le traen la última comida. Carmona se encargó de
volver a meter al Barça en el partido con algunas decisiones erróneas. Esa
inyección de rabia levantó de nuevo al Camp Nou, mientras Rijkaard demostraba
que es un buen entrenador si el fútbol se juega con moviola: fue a remolque de
todo el holandés, porque la camisa no le llegaba al cuerpo. Salió con el dodotis
puesto, tamaño XXL, y comenzó a rectificar cuando se encontró en desventaja.
Si los partidos tuvieran tres
tiempos a lo mejor el Barça de Rijkaard ganaría más puntos. El miedo siempre es
un mal consejero. Con miedo se sale a no perder. Y con miedo escénico se regala
incluso la ventaja de jugar en casa.
AS