Fue el viejo duelo entre el fino
estilista y el duro fajador. El fino estilista, sobra decirlo, fue el Madrid de
los galácticos, y el duro fajador fue el Barça, un equipo que cuando pierde a
Ronaldinho se queda en casi nada. Anoche el grupo apeló a su espíritu. Espíritu
de hombres honrados, conocedores de que tienen una historia que defender,
decididos a pelear por su suerte en cada balón, resueltos a frenar lo que se
presentía como fácil paseo de los madridistas. Lo consiguieron a medias. No
evitaron la derrota, pero alimentaron algo la fe de su gente, alicaída por los
últimos acontecimientos.
La actitud del Barça le dio al
partido fragor de gran derby, en especial en la segunda parte, cuando Rijkaard
enmendó los absurdos inventos de la primera y dibujó a su equipo con la lógica
que todo el mundo pedía. Enfrente, el Madrid fue aceptando siempre la propuesta
del Barça. En el primer tiempo, ejerció su dominio con ese juego de toque
preciso tan suyo, pero con cierta falta de instinto asesino. El Barça erizaba el
campo con faltas y entradas rabiosas, y el Madrid esperaba que el gol llegara
solo. Y así fue. El gol llegó, en una combinación precisa y cañonazo de Roberto
Carlos.
Y cuando en la segunda mitad
Rijkaard sacó extremos y mandó atacar, el Madrid también aceptó la propuesta. Se
dejó dominar, a ratos en exceso y hasta llegó a verse seriamente zarandeado.
Pero con Casillas a un lado, Ronaldo al otro y Beckham en medio, el Madrid está
seguro. Sobre ellos y el esfuerzo general construyó la victoria que entierra una
ansiedad histórica. Y ahora nos encontramos con que de las cuatro últimas
visitas al Camp Nou (incluida la de la Champions) el Madrid ha obtenido dos
victorias y dos empates. Como cantó Gardel, veinte años no es nada...
AS