Ronaldo tiene esa excepcional capacidad para poner un partido patas arriba con una sola carrera. Quiero decir: Osasuna lo hizo todo bien y no ganó porque O Rei les reventó la fiesta con un chispazo. Injusto, sí, pero es lo de costumbre. Cuando el Real Madrid está dando bocanadas, no ha muerto. Simplemente reposa. De pronto aparece alguien, generalmente alguien llamado Beckham, diseña un pase de fantasía y deja que otro, generalmente llamado Ronie, se encargue de poner las cosas en su sitio. Y, claro, a los de Pamplona se les quedó ayer cara de gatillazo.

Queiroz le debe una comida a Ronaldo por sacarle de un buen lío. El técnico portugués es especialista en complicarse la vida (recordemos Se-villa) cuando mira a su alrededor y no ve Galácticos. En El Sadar volvió a atormentarse al sentirse sin Zidane, Figo y Roberto Carlos y quiso ser tan genial que resultó ser absurdo. Porque lo es dar a Guti y a Cambiasso orden y mando precisamente ante un Osasuna acostumbrado a correr delante de Vitorinos por Estafeta.

Despreciar a Beckham como eje del juego blanco es inexplicable, arrinconarle a la banda derecha cuando lleva semanas echándose el equipo a la espalda, es un palo de ciego. No hace falta decir que el Real Madrid no supo que había un balón en el campo en la primera parte.

Y Osasuna lo vio rápido. Aguirre, buen entrenador, metió un batallón de gente en oleadas por las bandas y por el centro obligando al Madrid a recular acobardado. Más aún, acongojado por la aparición agigantada de un delantero llamado Bakayoko, al que ayer Helguera le pemitió hacer cosas de Van Nistelrooy, Henry, Vieri y quien ustedes quieran. Es fácil: si la medular está a por uvas, la defensa muere con Casillas de sepulturero. Porque el recorte y zapatazo que dio el chavalote marfi leño para hacer su golito fue un repasito para todos, incluido Queiroz, que no se me escapa de la quema.

En esta batalla perdida se metió el Madrid por puro desequilibrio. En Sevilla el caos llegó por no confiar Queiroz en Olalla; en Pamplona, el desbarajuste se arreglaba con un mínimo toque llamado Núñez. Pero... no necesitamos más pruebas para observar que el entrenador no apuesta por Pavones hasta que no claudique el último Zidane vivo. Y así le fue: ni un miserable córner ni una oportunidad crearon los blancos hasta llegar el descanso. Las caras largas de Becks, Raúl y Helguera eran las de quienes pican piedras con grilletes. Osasuna se frotó los ojos al sentirse dueño absoluto del escenario, con su tradicional garra, pero también con mucho más fútbol del que su reciente historia predica. Aguirre ha metido ahí buena mano.

Supongo que en el vestuario del Madrid, entre té y vahos, algún tipo valiente convenció a Queiroz para colocar a Beckham por el centro (a falta de Zidane no hay nada mejor). Pero no debió tener tiempo para hablarle de quién es Guti y lo dejó pegadito a ¡la banda derecha! Esta genialidad no funcionó, claro. Sirvió si acaso para sostener al equipo, incluso para estirarlo con un Becks muy trabajador. Pero el Osasuna pareció el Milán por dominio, toque, presión y verticalidad. Puñal, Pablo García, Valdo y Bakayoko ‘el terrible’ tenían a la grada en pie. No fue para menos.

El Madrid llegó a la hora de partido con latigazos de muerte en los lomos. Entonces, por fin, sonó el despertador en el reloj de Queiroz para abrir los ojos a la razón. Entró Núñez por Cambiasso, Guti con Becks al centro, y el equipo recuperó un perfil, como mínimo, sensato. Así de fácil era salir del yugo.

El Osasuna sobrevolaba el nido de Casillas con Aloisi y Bakayoko dispuestos a dar el picotazo final y en uno de esos movimientos en picado encontró la muerte. Sí, porque en dos toques Beckham y Ronaldo sorprendieron a una adelantada defensa en línea, que no vio venir al mercancías a toda máquina. Becks tocó en largo y Ronie se llevó el balón veinticinco metros pegado al pie para dejarlo en la red de Sanzol y salvar el honor del líder, muy vilipendiado. Y a Queiroz se le aconseja no jugar con fuego.