Color gafe. No les voy a negar que este Marsella me tenía en alerta. Entre ese egipcio que parece la reencarnación obesa de Tutankhamon (Big Mido) y su animosa y anaranjada afición, llegué a pensar que un exceso de confianza terminaría por pasar una factura elevada, IVA incluido. Pero bastó pasearse por los aledaños del Magic Bernabéu en los prolegómenos del estreno championero para entender que no había peligro alguno. Casi 4.000 corsarios marselleses, de tez cetrina y aspecto patibulario, deambulaban alucinados por la majestuosidad de ese estadio que en Europa se ve como si fuese El Dorado. Además, todos avanzaban ataviados con una camiseta color butano (se lo juro), con la leyenda Virage Sud (Curva Sur). Ingenuos, desconocían que esa apuesta cromática es sinónimo de ruina... Al menos, en este mítico escenario.

Macacazo for Queiroz. Eso es lo que hizo Roberto Carlos para acabar con las inquietudes agnósticas de esa facción del madridismo que no se acaba de creer que tiene ante sus ojos, posiblemente, al mejor equipo de todos los tiempos. El gol del marfileño Drogba hizo cundir un pánico infantil y absurdo. Gente de poca fe. Sabiendo que por allí anda un rubito que es la reedición mejorada de Schuster (Beckham es más guapo, la toca mejor, lucha como un gladiador y posee más carisma) y que Robertinho se ha empeñado en renovar con este sagrado escudo hasta el año 2010, no entiendo tanta desconfianza. El macacazo que dibujó el 1-1 erizó el corazón del Bernabéu. Grandiosa gestación, majestuosa definición. Queiroz, con cariño. Imagínate que soy mozambiqueño. No les concentres nunca más. Ellos se van de casa al Tryp Fénix tan felices, con la conciencia tranquila (¡qué más da las horas que duerma uno si está exultante) y dispuestos a convertir sus citas con el Bernabéu en una cita a ciegas. Cada partido en el Paraíso es un homenaje al último disco de Alejandro Sanz: No es lo mismo. Son fiestas memorables donde siempre aguardan sorpresas colosales. ¡Carlinhos, ríndete!

Guía Michelín. Creerán que estoy haciendo publicidad subliminal. Pues no. Hablo de un tipo nacido hace casi 28 años en la Galicia profunda, en un pueblo pontevedrés llamado Las Nieves (blancas, por supuesto). Desde que se retiró el otro Míchel (el del carril del 8) no vi al Bernabéu corear ese nombre. Florentino, que está en todas, ya le ha encargado a mi viajero Valdano, que regresa mañana de sus vacaciones suramericanas (Colombia, Argentina y Chile), que resuelva la renovación del super due de inmediato. Su jugada del 2-1 la hubiesen firmado Garrincha, Amancio y ese Juanito al que ayer aclamó mi adorado Bernabéu cuando la facción más despreciable de los marselleses mancilló su nombre.

Illa, Juanito Maravilla. Se necesita ser torpe. En el descanso, la barra brava del Olympique exhibió una pancarta que ponía, de forma vergonzosa: “Juanito, un nombre de muerto, una grada de fantasma”. Repugnante. Los Ultras Sur, que en los primeros diez minutos hicieron huelga de banderas caídas, reaccionaron de inmediato al grito que enerva la climatología ambiental del Bernabéu desde que falleció el 7 que más me hizo llorar en mi vida (de emoción, de admiración y de rabia). El “Illa, illa, illa Juanito Maravilla” fue la rampa de lanzamiento para una hogueras de pasiones que ha decidido arropar a O Rei Ronaldo para que conquiste su primera Copa de Europa. Ronie es grandioso. De cuerpo, de corazón y de talento. Es un Corcovado que cayó del cielo para iluminar las noches mágicas de Madrid. Lo quiere mi sobrino Gonzalo (12 añitos), mi padre (69) y mi amigo Alkorta (ayer cumplió 35). Todos adoran a este Mesías de la felicidad. Ronaldo merece una Champions y ayer selló la cartilla de la primera libreta de su título soñado. ¿Saben algo? Ronaldo está haciendo el amor con el Bernabéu. Marcó ante el Mallorca, el Betis, el Valladolid y el Marsella (2). Lleva cinco chicharritos. Sólo le quedan 30 para cumplir su promesa. Chaval, tranquilo. Te van a sobrar 15. Este es tu año. Vas a consagrarte for ever. Es la Ronalchampions.